viernes, 18 de diciembre de 2009

la historia de Kunder...

Kunder vivia en una Isla tropical, en el caribe, desde siempre. Nadie supo si nació allí o no; y si llegó muy probablemente lo hizo de la misma forma que se fue: Por simple curiosidad
Kunder era un espécimen alegre, confiado y confiable, llano, no tenía familia alguna, ni amigos especiales, era nómade, aunque pertenecía a cualquier lugar que fuera, porque era felizmente adaptable a toda nueva situación.
En su isla el clima era ideal, jamás sentía frío, dormía a la intemperie, en la arena o en colchones de hojas de palmeras; sólo precisaba el cielo como techo y despertar con el ruido de los pájaros al amanecer.
Su alimento eran frutas y peces pero probaba todo lo que su olfato aceptaba, y como era un ser amigable, nunca le faltó comida ni compañía.
Sus ojos negros eran enormes, siempre bien abiertos como dos ventanas, dejándose sorprender, y solamente los cerraba muy fuerte cuando algo no le gustaba; sus orejas también eran muy grandes y hacían de antenas; kunder captaba con estos dos sentidos la esencia de las cosas y de la gente.
Era morocho y calvo, en realidad lampiño, de ideas y frente amplias y muy intuitivo, y en base a ello no conocía prácticamente el miedo.
Sus piernas y brazos se articulaban y desarticulaban con facilidad, eran extremadamente largos y le permitían moverse con mucha agilidad y de modo veloz y adaptarse a las formas de las cosas que lo rodeaban, o alejarse de ellas sin esfuerzo alguno
Las manos y pies, enormes, siempre lo involucraban con algo o con alguien: tocando lo que había a su paso para reconocerlo o tropezando con quien pasara cerca, ya que no tenía noción de su tamaño.
Su primera reacción en el encuentro con los otros era de felicidad, ya que le permitía reflejarse en una situación nueva, necesaria para saciar su curiosidad.
Se podría decir que su vida se construía con la experiencia, y si ésta no le gustaba, cerraba los ojos un rato, y simplemente se encerraba en si mismo y practicaba alguna nueva forma de desplazarse hasta encontrar un nuevo norte.

Esa mañana llegó un enorme barco negro, y a medida que se acercaba a la costa, kunder se entusiasmaba más: este no era como ninguno de los botes amarrados en la orilla, arriba se veía mucho movimiento y color y desde el agua hasta la cubierta había una angostísima escalera amarilla que lo llamaba a treparla.
No más de 15 segundos tardó en ir hasta ella y y sólo un minuto le llevó convertirse en uno de los tantos pasajeros que se disponía a zarpar esa tarde.
Fue así como abandonó la isla y solo lo notó cuando comenzó a caer el sol y descubrió que el horizonte era otro, que no había palmeras, y que el suelo no era mullido como la arena. Pero estaba feliz.
De allí cerca se escuchaba una música que no conocía, siguiéndola entro a un salón y se mezcló con una serie de personajes que cantaban y bailaban, con matracas y globos, y con movimientos rítmicos, aunque todos tenían aspecto muy diferente. (obviamente, nunca supo que era una fiesta de disfraces y fue por eso que nadie notó su presencia)
Se sumó al baile, y con sus enormes pies descalzos se enredó y tropezó más de una vez, haciendo gestos simpáticos con las manos; kunder era mudo.
En una oportunidad tropezó con un Sr. muy llamativo, vestido de blanco, que usaba un inmenso sombrero del mismo color, tapando su enorme nariz. Lo había seguido de cerca porque no podía sacarle los ojos de encima a sus botas, también blancas con unos arcos metálicos que chirriaban al caminar. Inmediatamente se acomodó detrás de él y cambió su postura, imitándolo en ese andar tan peculiar, con ambas rodillas apuntando para afuera y los pies bien juntos, mientras sus enormes ojos no dejaban de vigilar las brillantes espuelas.
Así empezó esta nueva vida de kunder, sin saber adonde iba, pero intuyendo sin duda que experiencias nuevas iban a haber muchas
Esa noche de golpe todos desaparecieron cuando la música acabó y sólo él quedó en la cubierta durmiendo debajo del cielo estrellado…. Y se sintió por primera vez solo.
Los días pasaron y kunder siempre encontraba algo nuevo para hacer: subía y bajaba la escalera varias veces al día para mantenerse ágil, comía todo lo que su olfato le indicaba que estaba bueno y hasta parecía que nadie lo veía, quizá era tan veloz que se confundía con las sombras.
Una tarde estaba sentado mirando los reflejos del agua y lo distrajo una silueta que flameaba en la proa, y se acercó con su habitual curiosidad.
Sólo parecía trapos que volaban de un lado al otro, como en una danza, y no lograba descubrir el origen del movimiento, aunque intentaba seguirlo, ya se sentía atrapado.
De repente entre los trapos aparecieron dos manos que dibujaban círculos en el aire y pensó que alguien con esas manos, debería ser genial pero al buscar los ojos para compartir la danza no encontró nada. Por un momento se distrajo porque pasaba el sr. de blanco con espuelas, sacándose el sombrero mientras saludaba y cuando volvió a la silueta de trapos había desaparecido de su vista.
“Una buena idea esto de los trapos”- pensó y arrancó un par de cortinas apropiándoselas: con la verde se hizo un poncho que se puso y con la otra practicaba todo el día los últimos pasos aprendidos.
Al siguiente día el barco llegó a un puerto y kunder se apoyó en la baranda, esperando encontrar entre los pasajeros, al sr. de las botas blancas y la mujer de los trapos, donde fueran ellos iba a ir él porque algo bueno debía haber allá; al verlos tocar tierra se deslizó ágilmente por la escalera amarilla y se acomodó cerca de los dos, erguido y riendo, con su poncho sin sacarle de encima la vista a las espuelas ni a las manos que asomaban de los trapos.